Desde hace cinco años arrancó la reconstrucción de El Salado. No sobra recordar, a grandes rasgos, que esa población, ubicada en los Montes de María, en el departamento de Bolívar, padeció una de las masacres más atroces en la historia de nuestro país.
En febrero de 2000, cerca de 400 paramilitares cercaron el pueblo, sacaron a las personas de sus casas, asesinaron a 66, y cercenaron y violaron a sus mujeres.
En la Fundación Semana elegimos trabajar en El Salado como un laboratorio de cómo con voluntad política, sector privado y organizaciones sociales se puede transformar una comunidad símbolo de la violencia en un lugar ícono de la reconciliación. Para nuestra fortuna, y dada la dimensión del reto, rápidamente se convirtió en una gran alianza por la reconstrucción de El Salado en la cual interviene la comunidad y más de 60 entidades cuya única motivación es hacer del país un lugar mejor que el que encontraron.
Cuando iniciamos el desafío de la reconstrucción nunca imaginamos la dimensión que significaba este propósito. Pronto nos dimos cuenta de que poblaciones como El Salado, cuyas condiciones socioeconómicas son extremas, no pueden romper su destino de pobreza si no encuentran soluciones globales, que lleguen al sistema general en que el pueblo funciona. De nada vale reconstruir un centro de salud si la permanencia de un médico no la asegura el Estado; de nada sirve contar con la presencia de ese médico si los niveles de desnutrición en niños supera el 50 por ciento. Poco vale idearse buenos proyectos productivos si la carretera imposibilita sacar los productos; poco vale entregar una construcción si no hay organizaciones comunitarias sólidas que la hagan sostenible. Una sala de computadores no sirve para nada si no hay profesores de sistemas. Llenar de canecas el pueblo es un ejercicio inútil si no hay un sistema de basuras. Todo está atado, todo hace parte de un circuito. Una pieza dañada hace que no funcione todo el engranaje.
Dada la complejidad del desafío, y con la ayuda de la Fundación Carvajal, nos tomamos un año en construir un plan de desarrollo en compañía de la comunidad. Dicho plan incluye sacar adelante áreas de infraestructura, generación de ingresos, salud, educación, desarrollo comunitario y seguridad. La Fundación Semana ayuda a gestionar y articular distintas entidades públicas y privadas que ayuden a poner en marcha los procesos de la mano con la comunidad.
Cada uno que hace parte de este esfuerzo sabe que reconstruir no es donar cemento y ladrillos, sino realizar esfuerzos coordinados, que resuelvan la cadena de problemas con la ayuda armónica de empresarios y gobernantes, y, sobre todo, que carezcan de ínfulas mesiánicas: porque no se trata de asignarle al pueblo su destino, sino de acompañarlo para que lo recupere por sí solo.
De la intervención en El Salado se desprenden lecciones que pueden ser útiles para la actual coyuntura. Justamente, uno de los asuntos relevantes que se pueden aprender con este proyecto es la forma en que el sector privado trabaja por el país de la mano de la institucionalidad: a través de la reconstrucción de El Salado, estamos demostrando que el esfuerzo que arroja verdaderos resultados no es el de quienes tratan de sustituir al Estado, sino el de quienes, aportando sus experiencias en el ramo de su conocimiento, trabajan con el sector público para potenciar los esfuerzos.
Colombia está llena de ‘Salados’ que a la luz de los periódicos son cifras, pero que vistas de cerca son tragedias sin resolver. Y el desarrollo y la reconciliación no debe ser un esfuerzo que se piense en términos de grandes números y de grandes estrategias, sino de casos pequeños y concretos, como el de El Salado.
Regiones de Impacto: Caribe
Publicado en la tercera edición de la revista Reconciliación Colombia